La crisis económica de 1929
Al finalizar la I Guerra mundial, los Estados Unidos habían
acumulado la mitad de las reservas del oro mundial, configurándose como la
mayor potencia económica del mundo. Europa, por el contrario, había sufrido la
devastación de la guerra, estaba muy endeudada y vivió unos primeros años de
posguerra muy difíciles.
A partir de 1923 se produce una recuperación. El mundo vive
un período de prosperidad y consumo conocido como los "felices años
20".
Esa prosperidad pronto demostró asentarse sobre bases
débiles. El capital disponible se había invertido más en actividades
especulativas (bolsa) que en la producción de bienes (economía real). Los
beneficios de las acciones atrajeron incluso a pequeños inversores. La
distancia entre la economía real y la especulativa era cada vez mayor. Y el
gobierno -de acuerdo con la ideología del liberalismo económico- se mantenía al
margen de toda intervención.
El 24 de octubre de 1929 -llamado el “jueves negro”-
un fenómeno de pánico colectivo llevó al hundimiento de la Bolsa de Nueva York,
en Wall Street. Los inversores se lanzaron a vender sus acciones y a retirar el
dinero de los bancos. Millones de personas perdieron sus fortunas o sus
ahorros.
El efecto sobre la economía de los Estados Unidos fue devastador
y se produjo en cadena. El cierre de empresas hizo quebrar a los bancos que las
financiaban. A su vez, aumentó el número de desempleados. Y todo ello provocaba
el descenso de la demanda interior, con lo que las consecuencias negativas se
multiplicaban. El resultado fue la Gran Depresión.
La mayoría de las economías europeas y la japonesa dependía
de la estadounidense, sobre todo después de la guerra. Inevitablemente, la
crisis se extendió también -con intensidad variable- al resto del mundo capitalista.
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